miércoles, 11 de junio de 2008

San Marcos, años 80


La víspera de la Fiesta


Aquella tarde del 24 de Abril de 1985, caminábamos toda la pandilla con bolsas en las manos para sentarnos en los bancos de la Plaza Mayor. La tarde era algo fresquita, pero el sol la hacía bastante llevadera.

- "¡Ojalá mañana haga un día como éste! Se nos quedaría un San Marcos cojonudo." Dijo Vicentico mientras colocaba cuidadosamente sus bolsas con botellas de cristal en el suelo empedrado de la plaza.

-"Está bien esto de chisparte en el campo entre semana, sin tener que ir al colegio." Dijo Cardoso mientras tiraba las suyas al suelo sin más remilgos.

- "¿Qué sabrás tú lo que es chisparte con trece años?", le dije yo.

- "¡Adiós chavaaaal, te contaré! Pues no ha llegado veces mi hermano borracho la noche de San Marcos. La última vez mi padre estuvo a punto de meter la cuerda en el cubo de agua para hacerle cosquillas después." Respondió Cardoso con su elocuencia aplastante y brutal.

- "¡Joder, cómo se las gasta tu padre! Oye, tendremos que espantar al diablo, ¿no? Cuando iba con mis padres a la Romerilla lo hacíamos siempre". Dijo Victor, irrumpiendo en la conversación.

- "¿Y eso qué es lo que es?", preguntó Vicentico exagerando su acento manchego.

- "¿No lo sabes? Pues anda que no es antigua la tradición. Hay que coger unos hierbajos y hacerles un nudo sin que se rompan."

- "¡Pues vaya jilipollez!", arremetió Cardoso con su habitual estilo.

- "Sí, pero el nudo tiene que mantenerse, al menos hasta que el diablo salga por patas". Victor era un fiel amante y creyente de las tradiciones; no dejaba lugar a dudas.

- "Chiquitín, ¿la huerta de tu padre está en condiciones?", inquirió Cardoso cambiando aparentemente de tema.

- "Sí, ya hablé ayer con él. Dice que nos andemos con cuidado, que ya se sabe lo que pasa en las primeras juergas de los amigos.", respondió Chiquitín tratando de dejar clara la postura paternal.

- "Pues esperemos que haya mucha hierba alrededor. Porque con lo que acabamos de comprar al diablo lo vamos a tener que espantar cada diez minutos". Remató Cardoso con una aguda y sonora carcajada.

El día de la Fiesta

La chica de la tienda de la Plaza nos había vendido un auténtico arsenal de bebida. Cada uno de nosotros entró con una caja de cartón entre los brazos y lo dejamos todo en la misma habitación donde se encontraba la cocina de lumbre. Huevos, tomates, cebollas, chuletas de cerdo, carne de falda (nosotros creíamos que era de perro), pan recién hecho, vino, cervezas, refrescos y alcohol del que bebían los mayores (ron, ginebra y otros licores espirituosos, que diría un anglosajón). El mismísimo Al Capone en los años 20 nos podría haber suministrado la entrega.

Siempre fui un poco vago para el tema de la cocina, así que, mientras algunos, más generosos, se afanaban en pelar cebollas, cortar tomates y darle vueltas al caldero, me abrí mi cerveza y me fui a la parte de atrás a jugar al fútbol con el resto de gandules. Unas carreritas, unos revolcones, dos o tres tragos a ‘la Mahou’ y ya habíamos abierto el apetito para llegar a la cocina a plato puesto. Lo dicho, unos caraduras.

Durante la comida nos reíamos de quien no se las apañaba bien para comer del caldero o de quien derramaba el vino por la comisura de los labios al empinar la bota. Si dejabas un submarino al tratar de mojar el pan en el aceite del caldero, te podías considerar inmediatamente humillado. A los postres, por supuesto, alguien se puso a hacer café de puchero, como los hombres.
- “¡Y sin azúcar!”, dijo alguien.

- “¡Ni de coña!”, respondí yo.

Del café, casi de inmediato, pasamos a las copas. Cardoso colocó los vasos de tubo en una parte de la mesa de aquella cocina, la bolsa del hielo en otra y todo el arsenal que nos vendió Miss Capone al lado de los vasos. Abrió la bolsa de los hielos haciendo más esfuerzo del esperado con las manos, rellenó cada uno con tres cubitos; todos, sin excepción. Desenroscó el tapón de una botella de ginebra: -"¿Quién quiere un gin-tonic?", pregunta en alto. -"¡Yo!", responden escalonadamente cinco voces. Rellenó los cinco vasos de ginebra hasta la mitad. - "¿Y ron?". -"Yo quiero ron", responden otros tantos, quizás más. Y mantiene su dosis de generosidad. -"¿Alguien quiere whisky?". - "Yo quiero whisky", respondió Vicentico. - "¡Qué valiente!", le dicen. - "Sois unos mariquitas", se defiende él. Los cubatas se repartieron velozmente.

Unos minutos después, como era de esperar, se había abierto la caja de Pandora.

La caja de Pandora

En la uralita que estaba al lado de la alberca, nos sentamos Vicentico y yo a charlar de chicas. Al principio se nos unió Víctor, pero aquella conversación versaba sobre dos niñas en particular, la suya y la mía, y pronto se aburrió.

- “Aún no hemos espantado al diablo”. Dijo.

- “Ya, Víctor, ya. Ahora lo hacemos. Ve buscando hierba fresca, ¡anda!”.

Mientras tanto, en el corral se había iniciado una pequeña guerra del agua. Cardoso cogió la manguera, le dio fuerza al chorro, y sin conciencia ninguna, se dispuso a enchufar a todo el que pasaba por allí. El que recibía un manguerazo, reaccionaba de inmediato, agarraba un cubo, lo llenaba en el grifo de la cocina o en el del baño, que estaba en un rincón del corral y corría hacia Cardoso mientras éste se defendía de su atacante como un bombero de las llamas.

Vicentico y yo seguíamos despatarrados en la uralita, repasando de palabra una por una todas las partes incipientemente eróticas de nuestras amadas. Pero no podíamos ser ajenos al jaleo tremendo que se estaba formando y que poco a poco iba quedando fuera de control.

Chiquitín, el anfitrión, comprobaba con cierta preocupación como el espectáculo iba subiendo de intensidad. Su sonrisa, según rememoraciones posteriores, era más bien forzada. El cachondeo era de órdago; pero se estaba produciendo con el agua de la noria de su padre y dentro del corral de la huerta de su padre. ¡Malo!

Los cubos viajaban frenéticos de la cocina al corral, y una vez allí, se lanzaban al primer pardillo que pillaba cerca. Y vuelta a rellenarlos, en la cocina o en el baño, tapado éste por un tejado también de uralita.

La lucha era tan ruidosa que Vicentico y yo definitivamente nos olvidamos de nuestras chicas del colegio. Nos incorporamos para ver lo que pasaba y nuestra sorpresa fue mayúscula cuando nos dimos cuenta que Canillas, otro angelito, andaba haciendo equilibrios con un cubo lleno de agua en la mano sobre la tapia del corral, con intenciones – supongo – de simular un aguacero repentino encima de la cabeza de alguno. Aquella tapia no tendría más de unos 70 centímetros de grosor, y Canillas, que nunca fue un deportista ejemplar, empezaba a tener serios problemas para mantener el equilibrio antes de conseguir su hazaña. Los gritos para que desistiera se empezaban a oír.

Aproximadamente a mitad de recorrido entre un extremo y otro de la tapia, la situación se tornó insostenible; era evidente que un cubo de agua lleno en una mano no tenía el mismo efecto que las largas barras de los equilibristas cuando están sobre la cuerda: un paso mal dado que no logra plantar el pie en firme, un movimiento torpe de su cuerpo intentando compensar el desequilibrio y dos segundos después, ante nuestros atónitos ojos, cuando la caída era ya inevitable, tomó la única decisión posible que le quedaba en aquellos momentos: saltó sobre el tejado de uralita que tapaba el cuarto de baño.

El cubo cayó al corral, y mientras él desaparecía en el hueco del tejado, los trozos de uralita saltaron violentamente hacia arriba abriendo paso al invitado inesperado.

- "¡Se ha matao!", exclamó pálido Vicentico.

- "Vamos a ver qué le ha pasao". Le respondí mientras tiraba de él para que se moviera.

La reacción de Chiquitín nunca se me olvidará. El chaval es de facciones agradables, pero en ese momento su cara sólo presentaba músculos rígidos y ojos desorbitados.

A la puerta del cuarto de baño nos apelotonamos todos, según íbamos llegando. Nadie se atrevía a entrar dentro. La espera se hizo muy larga. Algunos de nosotros, por unos segundos, nos temimos lo peor. De repente apareció Canillas por la puerta, con el pantalón roto por la rodilla y una herida inmensa en la misma, roja como la sangre de toro. El resto del cuerpo estaba intacto.
Mientras se limpiaba con forzada tranquilidad la ropa, sólo se le ocurrió decir una cosa:

- "¡Bah, no ha pasao na!".

Tras unos segundos de silencioso desconcierto, nos empezamos a desternillar de risa; de risa y alivio, para ser más exactos. Todos menos Chiquitín, siendo del todo precisos.

El delirio

Unos se acercaron a observar más de cerca al aprendiz de Superman, comprobando con asombro que aparte de la herida de la rodilla, el aterrizaje
contra la cisterna del váter – porque por ahí había hecho su entrada triunfal en el cuarto de baño – no le había supuesto más que unos cuantos arañazos en los brazos y jirones en la ropa.

Otros nos asomamos a la entrada del baño para valorar, cual peritos, los desperfectos. El aspecto del baño después del paso del ciclón era brutal. En el techo había un agujero enorme por el que entraba el sol de media tarde iluminando directamente el resto del desastre. La cisterna estaba literalmente desintegrada. La taza del váter había sobrevivido, aunque resquebrajada por varios lados y estaba llena de trozos de uralita. La cadena de la cisterna colgaba de la taza como un collar olvidado. Incluso el lavabo, dentro del radio de acción por el que entró el ángel volador, tenía un trozo desprendido. El espejo, sorprendentemente, permanecía intacto.

- “¡Joder Canillas, la próxima vez que vayas a mear, levanta la tapa! ¡Vaya cisco has montao!”.

Tras este comentario, hasta Chiquitín tuvo que reírse. Pero unos segundos después se vino abajo.

- “¿Alguien me puede decir qué coño le voy a explicar a mi padre?”, mientras alguna lágrima se le escapaba casi sin darse cuenta.

A su pregunta sucedió otro largo silencio valorativo. Y de repente, una mente lúcida o bien remojada en alcohol propuso que, dado el nivel de caos alcanzado, sería mejor ahorrarle trabajo al padre y destrozar el lavabo y el váter completamente.

- “¿Qué dices tío? ¿Se te ha ido la cabeza?”. Respondí casi de inmediato.

- “En serio, ¿para qué le sirve a su padre o al fontanero que llame, un baño hecho puré? Nos lo cargamos del tó y se lo presentamos limpio. Le hacemos la mitad del trabajo.”

Chiquitín no reaccionaba. Ni se movía, ni articulaba palabra. Los demás nos dedicamos a debatir si aquello realmente era una buena idea o sencillamente una tontería más.

Pero Cardoso, a estas alturas de la película, había decidido cambiar su intervención de bombero por la de albañil. Nadie se dio cuenta, ni siquiera el anfitrión, de cómo había sido capaz de localizar aquella maza que estaba dentro de la casa. En el fragor de la discusión, se adentró en el baño y comenzó a soltar martillazos contra lo que quedaba de váter y de lavabo. Sus movimientos con la maza eran amplios y contundentes, haciendo muy difícil cualquier acercamiento a él para quitársela de las manos, a riesgo de que nos cayese un estacazo en la cabeza.

- “¡Que no, tronco, déjalo; que vas a estropear las cañerías!”

Pero mientras tuvo fuerzas en sus brazos, no paró de destrozar los restos del retrete, ni del lavabo, ni el espejo, ni por supuesto las cañerías. Volvía a estar fuera de control y allí todos mirábamos, pero ninguno tuvo el valor de quitarle el mazo.

Chiquitín se sentó en una piedra grande y metió la cabeza entre los brazos. Yo hice lo propio en el suelo, apoyando la espalda en la pared. Y así, uno a uno fuimos cayendo, mientras contemplábamos el dantesco resultado de nuestra primera juerga. La juerga que nos haría hombres.

Cardoso, agotado, tiró el mazo al suelo y se sentó en la puerta del baño, sudando y jadeando como el mismísimo Sansón.

- “Lo has arreglao, pero de verdad. Se ha quedao como una patena, ¡vamos!”.

No tuvo fuerzas para responder.

Víctor, un poco ajeno a todo desde el principio, aún andaba de pie paseando, con una pajita verde entre sus dientes:

- “Ya os dije yo que aún no habíamos espantado al diablo. Pero no me hacéis caso… ”.

Aquella extraña manera de abandonar la infancia ocupó muchas horas de tertulia durante nuestra juventud.

4 comentarios:

Piedad dijo...

Bueno!!!!, que sorpresa, ni tiempo he dado a que el mensaje llegara a mi buzón...jajaja.
Me alegro mucho de que te hayas decidido a abrir este rincón.
Ve preparando pasta y café, porque me parece que no estarás solo...jaja.
Por cierto, yo también soy informática..jeje, pero renegada.
Vendré a visitarte a esta tu casa frecuentemente, y hasta me descalzaré para sentir la arena de la playa... ;)).
Ale!!!!!, a escribir..jajaj
Besitos.
Piedad.

FactotumChin dijo...

Pues me alegra mucho que te pases por aquí de vez en cuando. Eso me hará sentirme bien acompañado, que siempre es tan importante. He dicho café, te y pastas; pero también he preparado bebidas, por si son necesarias. Es que me gusta Bukowski, jeje.

Me llama la atención que vivas en LA, o al menos eso nos dijo Daniel Saavedra cuando te presentó.
En uno de tus primeros correos decías que te fuiste a vivir lejos de los tuyos. ¿Eres española?

Anónimo dijo...

Amigo FactótumChin, se me hace complicado llamarte por ese nombre, que imagino un homenaje al gran Henry(Hank)Chinasky, que por cierto, ya no es nada maldito, si aún viviera seguro que saldría en Buenafuente, ya lo leen hasta algunos del PP refundado (eso sí, los del PP gallardoniano). Como sabes, no tengo ni pajolera idea de literatura y como tu blog se ha centrado en relatos y cosas de gente inteligente, no sé que contar. Bueno, la verdad es que sí. Hoy he oído en la radio hablar del libro de José Luis Alvite, Almas del nueve largo, y la verdad es que resulta impresionante la manera de usar el lenguaje de esste hombre, de crear frases como balazos, como disparos en la noche. Escribe retazos de vida, en ese territorio mítico llamado Savoy, sin hilazón aparente, pero que conforman un todo en un universo propio en una ciudad que podría ser Nueva York, escrito por un tipo que apenas ha salido de Galicia, que trabajo en un banco por el día y por las noches vagabundea por los bares, bebiendo y escribiendo. Un tipo que no fue a la cena que le dio su editor, el día que publicó su primer libro, porque era el día que sacaba a su mujer por ahí. ¿No es genial? Como muestra algunas de sus frases:
"El columnista Chester Newman me dijo una vez: 'Los ricos se reproducen, los pobres se propagan'".o
"No creo que nadie llore mi muerte. No conozco a nadie a quien le deba tanto dinero"
Por cierto, como ya te dije, me gustan tus relatos. Me parece que el de San Marcos ha mejorado con los cambios que has hecho, das más pistas sobre los personajes y eso está bien. Echo de menos el relato de la panadera maciza, que espero que esté ya acabado o casi.
Y desde aquí te animo a que sigas publicando cosas, aunque no sean relatos, cosas, ya sabes,siempre es bueno saber de los amigos.
Mientras tanto, sigamos persiguiendo la gran ballena blanca contra viento y marea.( joder, qué cursi me ha quedado esto último,¿no me estaré amariconando con la edad?)
Por cierto, no me puedo resistir al ambiente patriótico-futbolero del momento y a la heroica batalla contra el ejército ex-rojo. En estos momentos, me viene a la memoria los versos que el inmortal bardo puso en labioss de Enrique V en la víspera de la batalla de Agincourt:
"We few, we happy few, we band of brothers"
Claro que tambié me acuerdo de otros versos de otro poeta más mortal (al paso que lleva):
"Marcelino de cabeza, marcándole a Rusia un gol, el coño de la Bernarda y un dentista de León"

FactotumChin dijo...

Amigo "Call me Ishmael", te agradezco tu apoyo y comprendo la expectación por el relato de la panadera maciza. Imagino que más por lo que contaré que pasó con ella, que por la literatura que utilice para describirlo. Pero sucede que llevo toda la semana paralizada por (lo diré sin metáforas) una puta piedra que se me ha instalado en el riñón debido, imagino, a mi ya famosa afición a los HaggenDazs, y que me ha transportado al nivel de los arrastraos. Porque cada vez que me recuerda que está ahí, fluctuando entre mi riñón y mi uretra, me arrastro literalmente por el suelo.
De hecho, en estos momentos me voy al médico de nuevo. Espero que me den una "puta solución" para poder seguir escribiendo.

En todo caso, agradezco mucho tus comentarios y, en cuanto me sea posible, trataré de terminar esa historia.

Nous pouvons!!