jueves, 12 de junio de 2008

Persiguiendo a una mujer

Salgo de mi casa con una libretilla en el pantalón y un bolígrafo en la mano. Busco un personaje interesante al que dar vida. Alguien a quien, después de analizar físicamente, sea capaz de sorprender en actitud no rutinaria. Quiero enfocar mi mirada en una persona que me llame la atención, que sus actos me inviten a seguirla e imaginar qué es lo que va a hacer o, peor aún, qué es lo que siente en esos momentos. Imagino - más bien aseguro - que terminaré detrás de un bellezón cuya edad aún no tengo muy clara. Pero es viernes a media tarde. A estas horas la belleza aún no ha salido a la calle, o sí.

Entro en el gran patio del cuartel del Conde Duque, que seguramente no es el mejor sitio para encontrar lo que busco, pero tengo la esperanza de toparme con una ‘rata de museo’. Una de esas jovencitas con rostro fino y serio, pelo moreno, largo, que baje en paralelo a la delgadez de su cuerpo. Quizás lleve también gafas de pasta, un libro en la mano y un aparente mal humor que la haga más interesante.

El cuartel es un gigantesco claustro con una sala de exposiciones piramidal en el centro y varias salas más detrás de las cuatro puertas que se encuentran en las paredes del patio. Me adentro en cada una de ellas. Después de dos intentos fallidos en los que no encuentro al deseado personaje, entro en la tercera, dejando a mi derecha un chavalín sentado en el suelo que está liándose un porro.

‘¡Anda, ésta no es una sala de exposiciones!’. A la derecha hay unas oficinas, a la izquierda una biblioteca pública. Paso a la biblioteca, por curiosidad. Es una biblioteca toda de narrativa. ‘¡Qué sorpresa!’. Es una sola planta con mucha luz y estanterías verticales llenas de libros de narrativa, clásica y contemporánea. Los nombres de los autores resaltan en colores llamativos sobre el blanco de las estanterías.

Tres o cuatro estudiantes están por allí curioseando. ‘Serán amigos del porrero’. Nada especial veo en ellos. Dos mujeres de mediana edad y una señora mayor, de unos 70 años, también se afanan en encontrar sus novelas.

Sorprendentemente me fijo en la señora mayor. Tiene un voluminoso pelo blanco, gafas, anda un poco encorvada y lleva un vestido lila que no le queda mal. Me llama la atención la velocidad con la que pasa de una estantería a otra. Mira un libro, lo deja; extrae otro, se pone la mano en la barbilla, lo vuelve a dejar.

Lleva ya un libro debajo del brazo, pero tapándose la barbilla, mira continuamente a izquierda y derecha, en busca de otro. ‘Sí que se toma en serio esto de escoger libros. ¿Qué estará buscando?’. Como si fuese Woody Allen haciendo el tonto en una librería de Manhattan, me dispongo a seguirla. Ella se acerca a una estantería, saca uno o dos libros, los mira, incluso se entretiene a leer la sinopsis y los vuelve a dejar. A los cinco segundos llego al estante y compruebo lo que acaba de llamar su atención y provocarle pequeñas dudas. ‘¿Corín Tellado? ¿Tanta preocupación por Corín Tellado? ¡Qué decepción! Yo que pensaba que era una catedrática universitaria…’

Pero la señora continúa su angustiada búsqueda. No para ni diez segundos en un estante. ‘No creo que se lea las sinopsis; en ese tiempo, ni el ISBN. Aunque ..., ¿quién se pararía a leer el ISBN?’.

Nueva estantería. En ésta se detiene más tiempo. Incluso se permite hojear un libro. Voy para allá. ‘¡Coño, William Faulkner! Señora, me tiene usted despistado. ¿Qué clase de mente es ésa que pasa en menos de un minuto de dudar entre una novela de Corín Tellado y otra de Faulkner?’

Por un momento me viene a la memoria aquella frase del gran Sazatornil en Amanece que no es poco: “Y… ¿no podría usted haber plagiado a otro? ¿Es que no sabe que en este pueblo es verdadera devoción lo que hay por Faulkner?”. No, no creo que esta buena señora tenga esas intenciones. ‘¡Vaya! Con la tontería, se me ha escapado. ‘

Comienzo a buscarla por toda la biblioteca. Recorro un pasillo, giro a la derecha. Miro, no está. Desde ese punto giro a la izquierda, sigo andando, miro a la izquierda y tampoco está. Echo una mirada circular a toda la sala. ‘Ah, ya la veo.’, en la esquina opuesta de la biblioteca. ‘¿Cómo demonios ha llegado hasta allí tan rápido? Esta señora está espídica. ¡Mierda, ya lleva dos libros en la mano!’. Pero aún le falta un tercero.

La señora retrocede, esta vez con paso más decidido y se dirige a las estanterías que anteriormente visitó. ‘¡Anda!, al final se lleva el de Faulkner’. Lo mira de nuevo, por última vez, sosteniéndolo en la mano, levanta la mirada hacia el techo, sonríe de modo casi imperceptible y se encamina hacia el mostrador de préstamos. Sus pasos son ahora más pausados, pero directos.

De forma estúpida me dirijo también hacia el mostrador y me sitúo detrás de la esquina de la estantería más cercana. Me parapeto detrás de Borges y su Historia Universal de la Infamia. Me siento ridículo en esta postura, como si de un personaje de Eduardo Mendoza se tratara. El caso es que apoyado en la estantería, trato de adivinar qué libros ha escogido: Relatos, de William Faulkner… Definitivamente esta señora tiene caché. ‘¡Bien hecho!’. Casi sin tiempo para reflexionar sobre ello identifico el segundo libro: ‘¡Joder, pero si al final se ha llevado a Corín Tellado! Se casó con la otra.’ No sé si tiene caché o trastorno bipolar. O me está vacilando, que también puede ser. ‘¿Cuál será la tercera?’. No la veo. Es un libro blanco y me cuesta verlo. El caso es que reconozco su portada. El libro me resulta familiar. ‘¡No me lo puedo creer!’. Ha cogido El Amante de Lady Chatterley. Si ahora va a resultar que la señora tiene nostalgia erótica de su juventud. ‘Señora, si esta historia fuese más larga la invitaba a un café.’.

A la jovencita que la atiende en el mostrador también le llama la atención la selección. Comienza a poner los matasellos a cada uno, le sonríe despreocupada y como quien no quiere la cosa le dice:

  • "Curiosa elección, señora. No le pega ninguno de los tres libros.”
  • Con una voz triste y mucha parsimonia le contesta: “¡Ay, niña! Los días de una señora como yo son muy largos. Me da tiempo a sentirme enamoradiza, trágica, serena o profundamente sola. El de Lawrence es un capricho. En realidad ya lo he leído, pero me gustaría rememorar algunas sensaciones”.
  • La chica le sonríe, casi riendo. “¡Que tenga un buen día!”.

La señora coge sus libros y se va tranquilamente.

La chica mira hacia la estantería en la que estaba escondido y me hace una pícara, pero simpática mueca. Yo le devuelvo la sonrisa y me doy la vuelta torpemente pretendiendo seguir con mi búsqueda de libros.

Si hubiese hecho este experimento 40 años atrás también la hubiese seguido a ella.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

buscas un conejillo de indias y el conejillo eres tu

FactotumChin dijo...

En realidad me limité a hacer lo que nos pedía el experimento narrativo. Acepto la crítica, si supiese a que te refieres ... asturianín.

Piedad dijo...

La primera historia despista, da la impresión de que las chicas son el centro de tu relato, y te quedas en ellas queriendo saber más. Además al presentar el desparpajo en su manera de hablar y la rigidez de las señoras del autobus, da la impresión de que tu mensaje tiene algo que ver con eso... Creo que hay dos historias que deberias separar..jjaajaj.
Estoy segura de que te recuerdo a alguien?..jajajaaj.

Si soy española, pero vivo en Los Angeles. Mi hija mayor comienza este año a estudiar Comunicaciones en San Francisco... No creas que es la repera, pero teniendo en cuenta como son las ciudades aqui es una de las que hay que visitar. Asi que si siempre quisiste vernir, ya sabes lo que hay que hacer en vacaciones..jajja.
Besitos.

FactotumChin dijo...

Tomo nota, Piedad. La verdad es la chicas me parecieron terriblemente previsibles y por eso pasé de ellas. Las miradas de las abuelas, ..., bueno, me parecieron divertidas. Pero te agradezco los comentarios. Los tendré en cuenta.

En San Francisco ya he estado. De hecho esa foto la hice yo mismo. Fui por motivos de trabajo, pero me dio tiempo a visitarla y no me decepcionó.

Respecto a LA, imagino que allí sin coche no se es nadie, ¿no?

Silvia Herrera dijo...

Holaaaaaaa,

Creo que esta es la historia que más me ha sorprendido, porque las otras en cierto modo ya las conocía. ;-) Me ha gustado mucho desde el momento que encuentras a la señora mayor, es sencillamente genial. La parte intermedia entre las jovencitas y la señora de pelo blanco, yo la hubiese abreviado un poco. Se nota que has aprovechado bien el curso. Ojala cuando yo acabe sea capaz de llegar a tu nivel!!!! Besos

FactotumChin dijo...

Gracias Silvia. Creo que al autobús, por unanimidad de los que lo habeis leído le voy a dar puerta. Lo guardaré por si luego se me ocurre seguir a las jovencitas a donde quiera que vayan. Pero la historia se va a quedar solamente con la señora mayor.

Tú llegarás a mi nivel y me superarás, por tu elegancia. No tengas dudas.
Nos vemos en la sala Clamores!


Un beso y muchas gracias por tus ánimos.

Ah, la historia de la panadería está inacabada y tengo preparadas algunas sorpresillas.